El payaso, el presidente, la
navidad y el Hijo del hombre.
Por Samuel Hernández Clemente
Trascendió en la segunda semana de diciembre (2020) que el personaje y crítico de la política conocido como Brozo “El payaso” expresó el cada vez más común descontento de la ciudadanía mexicana para con el poder ejecutivo con la siguiente expresión:
“Acuérdate Andrés; no eres
DIOS, no eres el HIJO DEL HOMBRE. Eres un p*nche presidente que o nos sirve o
NO sirve...”
Precisamente es en esa línea sobre
la cual fluyen mis reflexiones, luego de las expresiones del payaso Brozo que
providencialmente han ocurrido en la temporada litúrgica de ADVIENTO y en
vísperas de la NAVIDAD.
Para la cristiandad, la
encarnación del Hijo de Dios constituye el evento parteaguas de la historia; el
Mesías prometido, Dios de Dios, Luz de Luz, el Hijo del Hombre haciéndose
presente como Rey soberano y Redentor sacrificial – pero es bien sabido, por la
lectura de la Biblia y el estudio de la historia, que este personaje sublime y
único tuvo y tiene sus antagonistas. Hombres tiranos, altivos, opresores y megalómanos
en posiciones de poder vieron como una amenaza a sus aires de grandeza la llegada
del Hijo de Dios y su REINO.
Y aquí debo citar la acepción
básica de esta palabra que en México tiene principalmente un uso peyorativo y a
la vez mayestático (de ahí que se pueda usar tanto para denigrar como para
elogiar). Sin embargo, su significancia original refiere a un “ayudante”, alguien
que “realiza labores auxiliares que se le encargan” en el contexto de la
gastronomía.
El escritor mexicano José
Emilio Pacheco comenta sobre esta palabra que: «“pinche” en español común es
“el ayudante de cocina”, sin ninguna pretensión ni autoridad, se me ocurre que
el término se originó en tiempos de la hacienda y el latifundio. Nació entre
los peones obligados a trabajar la tierra de sus amos y que veían con
resentimiento a quienes laboraban en ocupaciones serviles dentro de la casa
grande»
Ya en el pasado, de vez en
cuando el Soberano Señor de los mundos llamó a otros a un “ajuste de actitud”
al recordarles quién estaba al mando.
Recordemos que hubo un
Nabucodonosor a quien Dios humilló a nivel de bestia por su arrogancia y vanagloria,
y que no fue hasta que se quebrantó de corazón, que su razón le fue devuelta – “Acuérdese,
señor Nabu’ que usted no es Dios”.
Es a este Nabucodonosor que
en sueños le tocó saber que así como grandes reinos se levantarían a lo largo
de la historia, llegaría el momento en que “el Dios del cielo levantará un reino
que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará
y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Dan.2:44) –
dicho reino, reposaría en el Señorío de un personaje que el mismo Daniel
identifica como el HIJO DEL HOMBRE (del que habló el payaso en su programa), un
ser supremo en poder y gloria a quien le es otorgado “dominio, gloria y reino,
para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es
dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Dan.7:14).
Acordémonos que hubo un Saúl,
también rey, que ya de por sí estaba obsesionado con las encuestas de popularidad
y que no soportaba que a otro le tocaran diez miles y a él sólo miles – y acabó
siendo reemplazado, como vil peón, como simple pieza intercambiable. Es que
sépalo bien, señor Saúl “usted no es Dios” (“ni hijo del hombre”).
El mismo David tuvo que ser
objeto de un llamado de atención cuando entusiasmado con la idea quizá sincera,
pero absurda de construirle una casita a Dios, pretende ser benefactor del gran
YO SOY, como si Dios necesitara de su asistencia – y entonces, le mandó a decir
por medio del profeta “dirás así a mi SIERVO David: Así ha dicho Jehová de los
ejércitos: YO te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses
príncipe sobre MI pueblo, sobre Israel; y HE estado contigo en todo cuanto has
andado, y delante de ti HE destruido a todos tus enemigos, y TE he dado nombre
grande…” (2Sam.7:8-9) – o lo que es lo mismo, “que ese David se ubique, que
recuerde que es mi SIERVO, que recuerde que su fama, su poder, sus victorias y
su grandeza provienen de MÍ” – entienda, compañero David “usted no es Dios, ni
el Hijo del Hombre”…
Fue en el tiempo de Jesús,
que otro poderoso llamado Poncio con ínfulas de grandeza alardeó de su “autoridad”
delante del mismísimo Cristo, quien le aclaró – “Ninguna autoridad tendrías
contra mí, si no te fuese dada de arriba” (Jn.19:11) – o sea, mi Pilato, date
cuenta; no eres Dios, ni el Hijo del Hombre. Eres un… bueno, ya lo dijo el payaso.
Y así; reyes van y reyes
vienen. Imperios surgen y fenecen; poderosos emergen, brillan, son aplaudidos y
luego se tornan decadentes (les guste o no) – la lección debió haber sido
aprendida hace ya mucho tiempo, pero nadie escarmienta en cabeza ajena - tiene que venir un golpe de quebranto que nos
recuerde de alguna manera que no somos dioses ni hijos del Hombre.
Ese título, HIJO DEL HOMBRE,
sólo puede ostentarlo aquel que es digno, el Hijo Unigénito de Dios.
ADVIENTO y NAVIDAD tratan precisamente
sobre la identidad de este personaje; el rey soberano y monarca supremo coronado por el mismísimo “Anciano de días”
viniendo a la tierra, a reinar – y ahora lo sabemos, a redimir con su sangre a
sus súbditos.
Qué contraste más grande; aquí
abajo los mortales tratan de elevarse a nivel de dioses y el Dios de las
alturas quiso humillarse a nivel de siervo – he ahí el mensaje de ADVIENTO y
NAVIDAD; “El Señor de los señores, el ungido celestial, a salvar los pecadores
bajó al seno virginal”.
Quizá al presidente (y a sus fanáticos)
le ofenda o le moleste que le recuerden que no es el factor determinante para
el avance de la historia. Seguramente a los hambrientos de aplausos y pleitesía
les caiga gordo un payaso que les arruine el teatrito de su vanagloria – pero vaya
que los humanos necesitamos un recordatorio continuo de nuestra condición,
nuestras limitaciones, nuestras deficiencias y nuestra vulnerabilidad – No, no
somos Dios, pero somos afortunados si Dios desciende a nosotros para darnos
salvación.
Yo no digo groserías, a veces
la pienso, pero trato de dominar mi lengua – sin embargo, me ayudará mucho recordarme
a mí mismo: “Acuérdate Samuel, no eres Dios, ni el Hijo del hombre – eres un p*nche
siervo que o SIRVE, o NO sirve”
Ah pero qué fortuna y bendición
es estar al servicio de este gran REY, del majestuoso HIJO DEL HOMBRE, el
CORDERO de Dios que quita nuestro pecado; el VERBO hecho carne; redentor de nuestra alma.
ES UN HONOR SERVIR AL HIJO
DEL HOMBRE.